Corría entre los arboles con gran agilidad, tras un ciervo. Mis ojos, ahora negros, lo seguían como un lince vigila a su presa. Él ciervo había notado el peligro y por eso huía de mi, pero yo era más rapida, y despareciendo entre los arboles durante unos segundos, aparecí de nuevo a su lado y me lancé a su cuello.
Cuando ya había saciado mi apetito con la sangre caliente de Bambi, me levanté y el aire me trajo un olor desagradable. Me picaba la nariz, y sabía que era porque un Licantropo andaba por allí, a unos metros a mi derecha. Nunca me había topado con uno, asi que me acerqué, a sabiendas de que no sería bien recibida por sus canticos.